Durante el medioevo su figura (mezcla de cabra y de caballo) adorna pinturas y tapices, sus apariciones literarias son frecuentes y, a juzgar por el testimonio de Marco Polo, no cabe duda de su existencia. En el siglo XVII el lógico y matemático Leibniz (que creía que el mundo en el que vivimos es el mejor posible que Dios pudo haber creado), en la sección 35 de su Protogaea, asegura que en Abisinia se encuentra un “cuadrúpedo unicornio del tamaño de un caballo”, y que “el esqueleto encontrado en la vecindad de Quedlinburg, cerca del Monte Zeunikenberg, en el año 63 de este siglo” pertenece a una de estas bestias. Lo más probable es que los huesos hayan sido mal ubicados en la reconstrucción del esqueleto, cualquiera sea el animal que fuese, pero cabe la posibilidad de que se tratara de algo diferente.
Entra el Elasmotherium. Según los cálculos, este antepasado del rinoceronte mediría dos metros de altura y seis de largo, pesaría unas cinco toneladas y sonreiría bajo un único cuerno de casi dos metros de longitud, apoyado en mitad de su cabeza. Pero la diferencia más notable con el rinoceronte actual, residía en la forma de sus patas, que eran bastante más largas, y que estaban diseñadas para galopar, prestándol, en última instancia, cierto parecido con el caballo. Se estima que el último de esta especie vivió en lo que hoy es el sur de Rusia y Ucrania hace unos 10.000 años. No tanto, si lo pensamos.
Ibn Fadlan, el embajador árabe que, en el año 921 hizo el trayecto de Bagdad a Bulgaria, escribió: “Hay aquí cerca una amplia estepa, y allí habita, se dice, un animal más pequeño que un camello, pero más alto que un toro... En el medio de su frente tiene un cuerno, grueso y redondeado, y a medida que el el cuerno sube se hace más delgado hasta parecerse a la punta de una lanza”. Se alimenta de hojas, y cuando ve un jinete lo ataca, lo voltea y lo atraviesa con su cuerno hasta matarlo. Pero no hiere ni ataca al caballo, asegura Ibn Fadlan Puede ser cazado con flechas venenosas, “y de hecho he visto tres grandes recipientes que el rey tiene, en forma de concha marina, y él mismo me dijo que estaban hechos con el cuerno del animal”.
En el transcurso de su viaje por la Patagonia en los años ’60, Bruce Chatwin conoció al Padre Palacios, Doctor en Teología, Antropología y Arqueología, que se quejaba de la ignorancia de los paleontólogos expertos que venían de Buenos Aires a realizar excavaciones. “Ninguno desenterró todavía los huesos del unicornio”. Asegura tener fotos de sus huesos, menciona dos pinturas rupestres que lo retratan en las piedras del Lago Posadas, y explica que el unicornio patagónico fue cazado hasta la extinción hace unos seis mil años atrás. La fecha curiosamente se acerca a la del Elasmotherium.
Es probable que parte de la leyenda del unicornio tenga su origen en la mitología de los pueblos cazadores de Europa y que, a lo largo de los siglos, se haya combinado con otros relatos y tradiciones; es, en cierta forma, la encarnación de una acción ideal: la pura, eternamente renovada e inevitable acción de cazar, sin causa ni desenlace posible. La bestia infinitamente huyendo, los cazadores infinitamente buscando. Es posible que algunos relatos que tienen al Elasmotherium como protagonista hayan sobrevivido y se hayan transformado con el tiempo, buscando reencarnar bajo formas más familiares como la del toro, el ciervo o el caballo. ¿No se podría trazar, por ejemplo, cierta similitud con las actuales corridas de toros y con el torero, al que las mujeres tiran flores al matar a la bestia?
T.H.White, en una nota al pie de su traducción de The Bestiary: A Book of Beasts, sugiere que la idea del unicornio surgió de las historias que los viajeros traían acerca del rinoceronte, cuyo cuerno era preciado en Asia como afrodisíaco. El cazador, la virgen, la bestia cuyo cuerno es afrodisíaco y antídoto contra venenos. Estos son los elementos constantes en juego. El Unicornio, es a la vez que la pura representación de aquello que escapa, un símbolo sexual: el cazador sólo puede atraparlo en el regazo de una doncella, de una virgen.
¿Pero se trata solamente de un símbolo? Quizá el encuentro más famoso con los unicornios fue el de Marco Polo: “Son mucho más pequeños que los elefantes”, escribe. “Los unicornios se parecen a los búfalos en el pelaje, mientras que sus patas recuerdan a la de los elefantes. Tienen un cuerno en medio de la frente, grande y negro. Pero como arma ofensiva no utilizan ese cuerno, sino tan solo la lengua y las rodillas. En efecto tienen en la lengua espinas largas y aguadas; de ahí que cuando quieren atacar, aplastan y estrujan a la víctima con las rodillas y luego la hieren con la lengua. Tienen la cabeza como los jabalíes y la llevan inclinada; les gusta permanecer en el fango y en el barro. Son animales de aspecto muy desagradable y no se parecen en nada a las descripciones que de ellos hacíamos: en efecto, según una creencia muy extendida entre nosotros, los unicornios se dejaban prender por las vírgenes. Es justamente todo lo contrario”.
Dejemos en claro lo siguiente: lo que Polo vio aquel día ochocientos años atrás en el Reino de Basmán no fue un rinoceronte, como suele explicarse, sino un unicornio. Marco Polo no duda en su relato: “el unicornio es distinto a la idea que teníamos de él”, pensó, “pero es un unicornio”. La descripción de un rinoceronte hubiese hecho sonreir a sus amigos venecianos, que hubiesen pensado que, por supuesto, tales bestias no existen.
Nota: Silvio Rodríguez perdió un unicornio, lo cual resulta más bien irresponsable de su parte, dada la escasez. De hecho más de una vez oí decir a alguien que lo que más le gustaría en la vida, si los sueños se cumpliesen, sería encontrar un unicornio. Pero hay grandes posibilidades de que estos bichos no se ajusten del todo a las expectativas de los más románticos, como atestigua este fragmento de Lewis Carroll que traduzco a continuación:
En ese momento el Unicornio pasaba sin apuro junto a ellos, con las manos en los bolsillos (...) y estaba a punto de seguir, cuando su ojo se posó casualmente en Alicia: se volvió con cierta urgencia, y estuvo un tiempo observándola con un aire del más profundo disgusto.
“¿Qué — es — esto?”, preguntó finalmente.
“¡Esto es una niña!” respondió Haigha entusiasmado, ubicándose frente a Alicia para presentarla, y alargando ambas manos hacia ella al estilo anglosajón. “La encontramos hoy. ¡Es verdaderamente enorme y doblemente natural!”
“¡Siempre he pensado que eran monstruos fabulosos!”, dijo el Unicornio. “¿Está viva?”
“Puede hablar”, dijo Haigha con solemnidad.
El Unicornio miró encantado a Alicia, y le dijo: “¡Habla, niña!”
Alicia no pudo evitar que sus labios se curvaran en una sonrisa al comenzar: “¡Sabes, yo también siempre pensé que los unicornios eran monstruos fabulosos!¡Nunca antes había visto uno!”
“Bien, y ahora que sí nos hemos visto”, dijo el Unicornio, “si tú crees en mí, yo creeré en tí. ¿Estamos de acuerdo?”
“Sí, como quieras”, dijo Alicia.
(Lewis Carroll; A Través del Espejo. Ilustración de John Tenniel)