29.5.08

Fellini: Sus Dibujos en el Guggenheim

FELLINI: LA VIDA EN PAPEL
© Martín Monreal

Nota: Este artículo fue escrito a fines del 2003 con motivo de la exposición de caricaturas de Fellini en el Museo Guggenheim de Nueva York; sin embargo creo que contiene información relevante sobre esta faceta poco conocida del gran director italiano.

Hasta el 14 de enero del 2004, y en conmemoración al décimo aniversario de su muerte, el museo Solomon Guggenheim de Nueva York tendrá en exibición varios de los dibujos y caricaturas que el genial director italiano realizó a lo largo de su vida. Los más antiguos datan de la década del treinta — cuando Fellini todavía cursaba el secundario —, los más recientes de la producción de “Y la Nave Va”. La exposición (llamada simplemente “Fellini!”) cuenta además con una retrospectiva de todas sus peliculas — incluyendo cortos, comerciales de tv y hasta escenas que quedaron afuera de “La Dolce Vita” y “Ginger y Fred”, descubiertas con puntualidad para este show. Pero el viaje propuesto esta vez es otro; es un intento por captar ese proceso siempre anterior a las cámaras y apenas posterior al momento en que las ideas empiezan a tomar forma.

Los dibujos son de trazos rápidos, descuidados, varios de ellos hechos directamente con marcadores y sin colorear. Para el mero turista de museo no pasa de ser una curiosidad, en un edificio amueblado con obras maestras (un piso abajo están los cuadros de Picasso, Van Gogh y Kandinsky, entre otros). Pero para los que llevan las imagenes de sus peliculas en la mente, “Fellini!” es como entrar en un mundo más íntimo y constante.

Salvo aquellos que retratan sus pesadillas eróticas (la serie en la que él mismo aparece escalando cuerpos, o asfixiado entre los pechos, de mujeres gigantes) en general los dibujos tienen un propósito funcional. Durante el proceso de preparación de un film Fellini generaba diseños, bocetos y figuras que le servían para visualizar y clarificar una escenografía, una situación, un personaje, un atuendo, una atmósfera. Ya que el uso de “story-boards” no era su costumbre —como es el caso de la mayoría de los directores— este material “casual” (a veces esbozados en una servilleta, en una postal, en el dorso de un sobre) servía para orientar a sus colaboradores en la producción de una película. Sin embargo este trabajo nunca era desarrollado sistematicamente como algo indispensable. Se trataba más bien de un ejercicio inevitable o, en sus propias palabras, del “habito mental de dar inmediatamente una materializacion visual a una emocion, a una imagen pasajera”.

El “Corriere dei Piccoli” —la revista infantil en donde el pequeño Fellini seguía las historias de “Felix el Gato” y de “Boob Mc Nutt”—, las tiras semanales de Flash Gordon y los libros de Emilio Salgari y Alejandro Dumas están en el origen de su interés por la manera en que se articulan narración e imagen. En el prólogo que escribió para el libro “History of Comics”, de James Steranko, Fellini expresa su predilección por la historia sin fin, siempre renovada, de los personajes de historieta; donde a nadie le importa si las cosas que ocurren son contradictorias, paradójicas o inexplicables. “Lo único que mata es el aburrimiento. Y el aburrimiento, por suerte, es algo que está vedado en las historietas” (este artículo y muchos otros escritos por Fellini, están recogidos en el libro “Fellini por Fellini”, Ed. Fundamentos).

Junto a los historietistas norteamericanos, uno de los caricaturistas que más influenciaron en Fellini fue Italo Roberti. Roberti, además, era un violinista que durante el verano tocaba en el Grand Hotel y el Casino de Rimini (la ciudad natal de Fellini) así como en la orquesta del cine Fulgor que, antes del advenimiento del sonido, acompañaba en vivo la acción de la película. A través de él Fellini emepezó a hacer caricaturas de actores y actrices para el dueño del Fulgor, que lo dejaba entrar a cuantas funciones quisiese. Casi imperceptiblemente el camino de las historietas se fue cruzando con el del que sería su medio de expresión definitivo: el cine.

A los dieciocho años Fellini fue a probar suerte a Roma. Su primera impresión fue de una gigantesca rudeza y vulgaridad. “Pero esta vulgaridad es parte del caracter de roma,” dice Fellini en una de sus conversaciones con Constanzo Constantini (“Conversaciones con Fellini”, Ed. Gedisa). “Es la vulgaridad del “Satricón” de Petronio. Es una especie de liberacion, una victoria sobre el miedo al mal gusto, sobre lo que se considera apropiado. La vulgaridad es un enriquecimiento.” Muy pronto Fellini sintió que estaba en casa. Allí empieza a escribir y hacer dibujos y para el semanario “Marc’ Aurelio”. También escribe para una radio, donde conoce a Giulietta Masina, la actriz principal de varias de sus películas y su esposa de toda la vida.

Durante la ocupacion alemana de Roma –septiembre del ‘43 a junio del ‘44— las cosas se pusieron difíciles. Sin embargo Fellini se las arreglo para hacer algún trabajo. Ya había comenzado a colaborar en la escritura de algunos guiones de cortos y largometrajes; pero casi cotidianamente Fellini se paseaba por los restaurantes preguntando a los clientes si querian ser retratados. El problema mayor era que estaba eludiendo el servicio militar y lo andaban buscando, por lo cual debía moverse con sumo cuidado.

“Nada es mas triste que la risa”,—escribe en otro breve prólogo, esta vez al libro “Henri de Toulouse-Loutrec”, (Fratelli Fabri, Milán 1971)— “nada más hermoso, más magnífico, más consolador y enriquecedor que el terror de la más profunda desesperación. Creo que todo hombre es un prisionero de ese miedo terrible por el cual toda prosperidad esta condenada al fracaso; pero a la vez conserva, incluso en los momentos de más profunda desolación, esa libertad esperanzada que le permite sonreir en situaciones totalmende desesperadas. Por eso la intención del verdadero escritor de comedia no es sólo entretenernos, sino intencionalmente abrir nuestras cicatrices más dolorosas, para que las sintamos lo más fuertemente posible. No hay ningún poeta trágico — pienso en Eurípides, en Goethe, en Dante — que no sepa cómo mantener cierta distancia irónica, incluso de su más terrible sufrimiento”.

Pero en junio del ‘44 todo cambió. Junto con otros amigos de “Marc’ Aurelio” Fellini abrió un estudio para hacer caricaturas de los soldados aliados. Dibujaban escenas de la Roma antigua, dejando un espacio en blanco para la cabeza o el perfil del cliente. Según él mismo contó después, nunca habían visto tanto dinero en su vida. Depués vinieron las colaboraciones con Rosellini, las películas codirigidas y finalmente “El Sheik Blanco”, la primer producción que dirigió solo. A partir de ahí el celuloide tomó el lugar del papel para su pluma y el resto es historia conocida. El cine de Fellini se ha convertido en un símbolo del movimiento de reconstrucción de Europa después de la Segunda Guerra Mundial.

Y sin embargo, basta ver las fotografías expuestas de los actores secundarios de sus películas, para darse cuenta de que Fellini nunca abandonó del todo la visión del caricaturista. O detenerse ante el dibujo más llamativo de la exposición: el autoretrato que lo muestra como un titiritero, manejando con hilos a Giullieta Masina y Marcello Matroianni, vestidos de Ginger y Fred. Entonces sentimos que Fellini cumple con lo que, en sus palabras, es la definición de un artista: “una mezcla de mago y conjurador, de profeta y payaso, de vendedor ambulante y predicador”.

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